Sobre mi trabajo.

 

Hace unos días me preguntaron por qué siempre digo que tuve mucha suerte en mi vida laboral y lo resumí de este modo.

Después de perder el setenta por ciento de la vista a mis 17 años, pensé que solo me dedicaría a ser ayudante de mi padre en su empresa constructora. Me daría los trabajos que no requieren visión, zarandear arena, cambiar de lugar las montañas de escombro, hacer la mezcla y alcanzársela a los albañiles, subir varios pisos por la escalera llevando cantidades importantes de ladrillos, limpiar y ordenar las herramientas al final del día. Era un trabajo que había hecho desde niño y conocía muy bien. Pero había estudiado en el secundario y sabía hablar francés por haber cursado en una academia durante varios años. 

Siempre comentaba que aspiraba a otras cosas, no quería ser un simple obrero de la construcción.

Un día llamó el amigo de uno de mis hermanos, que ya era amigo de toda la familia. Quería ofrecerme trabajo como recepcionista en una oficina de informes turísticos donde él, era el jefe. Pasé un año de gloria, informando a la gente el estado de los caminos y las excursiones que se podían realizar. Gané buen dinero con los correspondientes aportes de jubilación y obra social, ya que trabajaba para el estado de la provincia de Neuquén, tenía 19 años. 

Cuando me fui estaba contento porque no me echaron por ser disminuido visual, sino porque la provincia estaba reduciendo personal y debían despedir a todos los últimos nombrados. 

Volví a la construcción, pero llegó el invierno con mucha nieve y probé esquiar por las calles empinadas de mi ciudad, vi que no tenía ningún problema, que lo hacía muy bien, igual que cuando era niño, cuando tenía buena vista, solo que lo estaba haciendo un poco más lento.

Quise practicar en el centro de esquí del cerro Catedral y pensé que la única forma de hacerlo gratis, sería trabajando ahí. Entonces fui a inscribirme y me dijeron que necesitaban instructores. Debía hacer un curso… si lo aprobaba tendría trabajo enseñando a miles de principiantes que vendrían en su viaje de egresados del colegio secundario. 

Si no lo aprobaba, de todas maneras tendría trabajo en algún sector de la montaña porque ya figuraba en la lista de empleados de esa temporada; eso ya me hacía muy feliz, porque lo que yo quería era estar en las pistas.

Pero lo aprobé y… rápidamente empecé a ganar mucha experiencia enseñando a esquiar, lo que hice siempre durante los últimos 43 inviernos. 

Primavera, verano y otoño, continuaba siendo obrero de la construcción.

Un día escuché que faltaban guías de turismo y me ofrecí como conocedor ya que me sentía con derecho por haber nacido y crecido en esta zona.

Se hizo un curso en la dirección del parque nacional y el día del examen volví a tener suerte… los guardaparques examinadores hablaban más que yo, solo me limité a repetir: sí: “sí claro, es como ustedes dicen”.

Aprobé y con mi diploma, fui a diferentes agencias para anunciar que ya estaba habilitado y dispuesto a trabajar de guía de turismo. Me sentía respaldado por mi trabajo anterior, por mis conocimientos y porque siempre había alguien cercano a algún integrante de mi familia numerosa y podía aportar referencias. Ya me habían dicho que sería muy difícil el trato con los conductores de ómnibus, pero como la mayoría me conocía de otro lado, me alentaban, me protegían y me ayudaban a completar la información que me faltaba. Cuando les contaba sobre mi disminución visual, se disponían a leer ellos la lista de pasajeros y hoteles. Con la práctica aprendí a dejar contentos a los turistas, a los choferes, a la empresa que me contrató y a mi esposa y mi hijo que esperan mi regreso al final del día. Lo hice con mucha pasión, durante primavera, verano y otoño de los últimos cuarenta años. Hoy miro hacia atrás y me cuesta creer en semejante trayectoria. Disfruto mucho de la experiencia acumulada, sobre todo cuando colegas jóvenes se acercan para preguntarme, les ayudo con la mejor disposición, porque es una forma de agradecer a los que me ayudaron a mí.

 

Autor: Mario Gastón Isla. Bariloche, Argentina.

marioisla@bariloche.com.ar 

 

 

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